Personal Passiones

Personal Passiones

martes, 6 de septiembre de 2016

06/09/2016


    "No quiero que ningún hombre tome beneficio de mi sufrimiento. No quiero que ninguno de esos monstruos me entierre más los cristales rotos que llevo dentro con tal de algo tan vano como el sexo.

Ningún hombre merece estar en mi interior. Ninguno lo estará a menos que pretenda desenterrar en lugar de hacerme sangrar de más.
Ninguno.

Ya me había olvidado del malestar físico que siento cada vez que alguien me acelera el corazón. A decir verdad, no extrañaba las náuseas, el dolor de estómago, la jaqueca ni tampoco el cansancio. Mis ojos no extrañaban estar siempre al borde del llanto. Quise escribirte una carta de amor, pero terminó por ser una carta de histeria. Terminé loca, intranquila, gritando yo sola y alejando por mi esquizofrenia a cualquiera que por interés se me acercase. Acabé desquiciada y sufriendo un ataque de risa por las bromas más patéticas que debería de mantener dentro de mi cabeza junto con las voces que aún quieren conversar contigo.

Quise escribirte una carta de amor, pero terminó por ser una carta de histeria. Terminó ésta por ser una carta de ansia, de locura, de impaciencia y de inmadurez en donde, como cada noche, quiero tenerte frente a frente conmigo. ¿Para qué? Sería lo peor que pudiese ocurrirme. Sé que agacharía la cabeza, me escondería bajo las mangas de mi ropa sucia y mi desastre de cabello para que no pudieras notarme las lágrimas.



Quererte fue como un cáncer. Y no me gusta utilizar esa palabra, porque significa algo muy íntimo para mí. Como aquella anécdota sobre mi corazón roto que, desgraciadamente, tuve que desperdiciarla en ti. Porque te quería. Te quería con todas mis fuerzas sin saber que en tu saliva habías inyectado veneno en mi ser.
No puedo describirte el sentimiento de desesperación, tristeza, enfado y angustia como aquel de un pobre peón en Roma que desearía ser asesinado en la guillotina de una buena vez y, sin embargo, vive la misma tortura cada que vuelve a abrir los ojos.
Quizá no te perdone nunca por mera diplomacia. Pero lo he olvidado. Las traiciones, las fallas y los desprecios. He olvidado todas esas veces en que yo te lo daba todo y tú lo masticabas con tal después de escupírmelo en la cara.

Escogí otorgarle perlas a los cerdos y les lloraba frente al corral por preferir revolcarse en el lodo que apreciar su belleza.

Luego de alejarme de ti, por fortuna, mi corazón sanó. Agradezco a la vida, al cielo, a las personas que aún han sabido quererme con palabras gentiles que desencajaron a los cristales rotos que me dejaste en el alma.
Mi corazón sanó. Volvió a sentir. Volví a querer. Volví a sentirme ingenua y también vulnerable por alguien más.
Y, a todo esto, joder, sólo recuerdo la condena, las cadenas oxidadas arrastrándose dentro de mí al quererte. A todo esto, sin rencores, con un corazón vivo y nuevamente sano, sólo me asombro de qué tanta desdicha habita en tu ser como para hacerle sentir el mismo infierno a la persona que te quiere."
(— Adriana G. Verduzco)

Textos de una de mis escritoras favoritas.